Pasado, amor y una nueva unión

El pasado, el amor y una nueva unión

Esperanza y su marido Alejandro estaban sentados a la mesa del comedor en su acogedora casa del pueblo de Valdepeñas. De repente, llamaron a la puerta. En el umbral estaba Claudia, una antigua compañera de clase de Esperanza. Los anfitriones se miraron, sus rostros reflejando sorpresa. Claudia rara vez los visitaba, y su llegada era inesperada.

—Pasa, Claudia —dijo Esperanza, tratando de ocultar su desconcierto—. La verdad, nos has sorprendido con tu visita.

—No voy a andar con rodeos —comenzó Claudia, apenas cruzando el umbral—. Supongo que ustedes, al igual que yo, quieren lo mejor para sus hijos…

—Hablas muy enrevesado —frunció el ceño Alejandro—. Siéntate, Esperanza ha hecho un cocido excelente, prueba.

—Mi hijo ha decidido casarse —soltó Claudia, mirándolos con determinación.

—¡Vaya! ¿Y qué tenemos que ver nosotros? —preguntó Alejandro, dejando la cuchara.

Esperanza y Alejandro no entendían adónde quería llegar su invitada, y la tensión en la habitación crecía.

Más tarde, Esperanza caminaba con su hija Lucía por las calles del pueblo. Dos vecinas, paradas al borde del camino, conversaban animadamente. Al ver a Esperanza, callaron y se volvieron hacia ella, esperando claramente noticias sobre su viaje para visitar a su hijo mayor.

Tras saludar, Esperanza y Lucía se detuvieron, preguntaron por sus familias y contaron brevemente sobre su nieto y su madre. Iban a seguir su camino cuando una mujer pasó cerca. Con una sonrisa burlona, dijo en voz alta:

—¡Hola, compañera! ¿Cómo estás? ¿Todo bien? Podrías quedarte un rato, charlar con las vecinas, ¿adónde corres tanto?

Esperanza miró aquellos ojos oscuros enmarcados por largas pestañas y respondió con una leve sonrisa:

—Voy a casa. Hace tres días que no veo a Alejandro, le echo de menos.

Claudia la observó con sarcasmo:

—Bueno, bueno. El amor viene y va. Si necesitas consuelo, ya sabes dónde encontrarme.

Esperanza solo sonrió:

—Tu mirada está llena de lástima, pero dudo de su sinceridad…

Madre e hija continuaron su camino.

—Mamá, ¿por qué esa señora es tan hiriente? —preguntó Lucía—. Siempre parece molesta por algo.

—Así es su carácter —respondió Esperanza, aunque conocía la verdadera razón de la amargura de Claudia.

—En cada encuentro intenta molestarte —insistió Lucía—. Y tú siempre sabes qué responder. ¿Por qué actúa así?

—¿Quieres la verdad? —Esperanza sonrió—. Claudia estuvo enamorada de tu padre, pero él me eligió a mí.

Lucía se quedó paralizada.

—¿En serio? ¿Él las quería a las dos y te eligió a ti? ¿Por qué?

Esperanza se rio:

—Pregúntaselo a tu padre…

Esa noche, después de cenar, Lucía se acurrucó junto a su padre, que veía la televisión. De pronto, preguntó:

—Papá, dime, ¿por qué elegiste a mamá y no a Claudia?

Alejandro la miró sorprendido, luego a su esposa.

—Bueno, cuéntaselo, la niña tiene curiosidad —dijo Esperanza con una sonrisa.

—Fue hace mucho, pero lo recuerdo como si fuera ayer —comenzó Alejandro—. En el instituto, antes de Navidad, organizaron una fiesta. Tu madre era la Estrella de Belén, y un amigo mío, el más alto de la clase, hizo de Rey Mago. ¡Qué bien le quedaba el vestido! Blanco, como la nieve, y su pelo… una melena larga y oscura. En ese momento, mi corazón latió más fuerte. Supe que quería tenerla a mi lado para siempre.

—Pero yo era tímido —continuó—. Esperaba el momento oportuno. Después del instituto, no conseguí entrar en la universidad, y tu madre se fue a estudiar a la ciudad. Vagaba por el pueblo, esperando verla cuando volvía los fines de semana. Un día la vi salir de la tienda. Reuní valor, me acerqué y le dije que me iba al servicio militar. Creí que se encogería de hombros, pero de pronto rompió a llorar.

—«¿Así que no te veré en mucho tiempo?», dijo. Casi salto de alegría. La abracé y susurré: «Dos años pasarán rápido. Escríbeme, llámame, ¿vale?». Asintió, me dio un beso en la mejilla y corrió a casa.

—El servicio pasó volando gracias a sus cartas —Alejandro sonrió—. Cuando regresé, me declaré, y nos casamos.

—¡Papá, qué bonita historia de amor! —dijo Lucía, soñadora.

—Oye, tú aún eres muy joven para pensar en bodas —guiñó su padre.

Lucía se rio y salió corriendo.

Claudia y Esperanza habían compartido clase. Claudia era robusta, de rasgos marcados, mientras que Esperanza, aunque delicada, era fuerte. Esperanza tenía tres hermanos, y su padre los entrenaba en ejercicios físicos. Ella se unía a ellos y pronto hacía dominadas tan bien como ellos.

Una vez, en gimnasia, pidió permiso para hacer flexiones y sorprendió a todos con su fuerza. Desde entonces, los chicos la respetaron, y las chicas murmuraban, ocultando su envidia tras burlas.

Esperanza siempre fue amable, jamás discutía y respondía a las pullas con refranes o frases ingeniosas.

En los últimos años del instituto, muchas chicas tenían pretendientes. Claudia se enamoró de Alejandro, le escribía cartas y lo invitaba a bailar en la verbena. Pero, al regresar del servicio militar, él se casó con Esperanza. Desde entonces, entre ellas hubo una rivalidad silenciosa.

Con los años, Claudia se casó con otro compañero y se mudó cerca. Esperanza ya tenía un hijo. Pasó el tiempo: Esperanza tuvo dos hijos más y una hija, mientras Claudia seguía sin ser madre. Los médicos decían que no había problema, pero los hijos no llegaban. Claudia sospechaba que era por un embarazo juvenil que no llegó a término.

Le resultaba insoportable ver cómo Esperanza tenía un hijo tras otro. La distancia entre ellas crecía. Hasta que, por fin, Claudia tuvo un hijo, Daniel, casi al mismo tiempo que Lucía, la cuarta hija de Esperanza.

Los chicos eran amigos. Cuando Lucía tenía siete años, Esperanza tuvo otra hija.

Recientemente, Esperanza y Lucía volvieron de visitar al hijo mayor. En la calle, se toparon con Claudia, que no perdió la oportunidad de picar a su vieja rival. No sospechaba que Lucía, al lado de su madre, cambiaría todo.

Daniel, el hijo de Claudia, salía de una fiesta cuando vio a Lucía volver de la tienda. La chica, al notar al grupo de chicos, no se intimidó. Pasó junto a ellos con la cabeza alta.

—Oye, guapa, podrías saludar —dijo Daniel, guiñando a sus amigos.

Lucía se detuvo, entrecerró los ojos y, haciendo una burlona reverencia, respondió:

—¿Cómo descansa su alteza en sus aposentos reales?

Siguió caminando mientras estallaban las risas.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Daniel, desconcertado.

—Te ha puesto en tu sitio —se rieron sus amigos.

—¿Quién es? —preguntó cuando cesaron las risas.

—La hermana de tu amigo Pablo, hija de Esperanza. Esa chica tiene carácter, no se deja de nadie.

—¿La hermana de Pablo? Pero si es una cría…

—Ya no, está en segundo año en la universidad.

Desde aquel día, Daniel no tuvo paz. Los ojos verdesDesde entonces, Daniel solo podía pensar en Lucía, y su obsesión lo llevó a tomar una decisión que cambiaría sus vidas para siempre.

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